domingo, 27 de septiembre de 2009

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 38

ALMORZANDO CON MONICA Y CESAR

Sin dudas, la cocina-comedor de nuestros anfitriones es uno de los lugares más encantadores de la casa.

Nos sentamos alrededor de una larga mesa de madera. De un lado nos acomodamos Silvina, las nenas y yo. Del otro, Mónica y César.

“Antes nos sentabamos frente a frente” dice Mónica, “pero con tantos años de noticiero…”

“Así es”, dice César, “qué dice el pronóstico del tiempo para mañana, vamos al informe del Servicio Meteorol…” Mónica toca el brazo de su esposo para volverlo a la realidad.

Teniéndolos de frente y a corta distancia, impresiona la manera en que el matrimonio fija la mirada en nosotros cada vez que nos dirige la palabra. Por un momento uno se siente una suerte cámara de televisión.

La cocina se comunica con el parque de la finca a través de un amplio ventanal por donde se pueden ver los árboles frutales.

“Estas ricas empanaditas las hice yo…” dice Mónica.

Juli toma una.

“Es el mismo repulgue de las empanadas que compramos en casa”, dice.

“Sí”, agrega Sofi, “inclusive el ticket es igual al de El Noble Repulgue”. Evidentemente Mónica no advirtió el detalle del pequeño cupón con el que jugueteaba la manito de Sofi.

“¡Tienen razón!”, dijo César, “fíjate Mónica que hasta los vasos de cartón son de El Noble Repulgue. ¡Qué increíble coincidencia! Vamos a una pausa y enseguida volvemos”.

Imprevistamente el matrimonio se levanta de la mesa y sale al parque. Podemos verlos dialogar a través del ventanal mientras comemos nuestras empanadas en silencio.

“¡Por qué carajos tienen que abrir la boca!” digo reprendiendo a las nenas.

“Vos siempre nos decís que la verdad no ofende” dice Juli.

“Verdad” dice Sofi con entonación bíblica.

“Tienen razón, Pato…” dice Silvina, “estas empanadas son las de El Noble Repulgue, de acá a Luján”.

A través del ventanal, César y Mónica ya no dialogan sino que discuten. Es indudable que él le reprocha algo a su mujer porque de lo contrario no la estaría tomando por el cuello.

“Fijate con qué facilidad la levanta” dice Silvina masticando una empanada de champignon y jerez, “es como yo dije, ella es remenudita”. Aprovechamos la ausencia transitoria de nuestros anfitriones para bebernos sus vasos de gaseosa.

En el parque es ahora Mónica la que toma la iniciativa subida a horcajadas sobre la espalda de César y sujetándolo por las orejas.

“Yo apuesto a que gana Mónica” dice Juli comiendo una empanada de humita.

“Para mí gana César. Lo que pasa es que la está dejando hacer hasta que pierda las fuerzas. Cuando ella no tenga más fuerzas, la va a pisar como a una cucaracha”, dice Sofi.

Aparecen por la cocina Curly y Larry. No bien reparan en nuestra presencia, se ponen a ladrar de manera descortés. Evidentemente se han convertido en pastores protestantes. Entre paréntesis, continúan uno encima del otro.

“¿Por qué están así tan juntos?” Preguntan las nenas.

“Porque nos queremos, por qué va a ser. Dos personas que se quieren desean vivir juntas” dice Silvina.

“No… no… nosotras nos referíamos a los perros…”

Mónica y César se abrazan en el parque. Parecen definitivamente reconciliados. Ella le hace unas morisquetas. El se las festeja y comienza a hacerle cosquillas primero en el cuello y luego en las axilas. Pero es muy brusco y termina lastimando a la pobre Mónica que otra vez se muestra ofendida y vuelve a retorcerle las orejas.

“¿Nos podemos levantar de la mesa?” preguntan las nenas. Les decimos que sí y desaparecen por el parque para ver más de cerca la pelea de César y Mónica.

Por fin los pastores dejan de aparearse y se sientan frente a nosotros. Sus largas lenguas de los gotean sobre las empanadas. Les doy inmediatamente la orden de bajarse, empleando mi temible voz de mando. Los animales se quedan mirándome por un instante para luego subirse directamente a la mesa. Sus cuerpos grandotes y torpes vuelcan las botellas y los vasos. Los perros se retiran en el preciso momento en que retornan nuestros anfitriones.

“Bue…” dice César, “cualquier pareja tiene su peleíta”. Todavía tiene las orejas como tomates. Mónica observa el estado de la mesa:

“Hablando de peleíta, acá más bien parece que hubo una batalla campal”.

Quiero explicarle lo sucedido con sus pastores homosexuales pero la suerte hace que Silvina se me anticipe con estas palabras que, como por efecto de una varita mágica, cambian al instante el clima tenso:

“Decíamos con mi marido que ustedes parecen mucho más jóvenes que en la televisión”.

Sus palabras producen en las caras de ambos el efecto de una crema antiarrugas. Halagados, nuestros anfitriones, nos proponen ir a recorrer el parque lleno de naranjos y durazneros.

Quedamos sorprendidos por el tamaño de los duraznos. Son del tamaño de una pelota de fútbol de salón. Silvina se apresta a tomar un ejemplar que pende de la rama.

“¡Epa, epa, epa!,” dice Mónica “… ¡esos no mi chiquita!”. Se dirige hacia una cesta llena de frutos que yace al pie del tronco del árbol.

“Aquí tienen… de estos agarren todos los que quieran”.

Nos convidan unos duraznos todos picoteados del tamaño equivalente al carozo de los anteriores.

A lo lejos las nenas siguen el itinerario de Curly y Larry.

“No teman, son recariñosos” acota César. A sus espaldas los perros acometen contra Juli y Sofi restregándose, sin el más mínimo pudor, contra sus inocentes piernas.

“¿Hace mucho que los tienen?”, pregunta mi esposa.

“Y calculo que a Curly lo tenemos desde hace… ¿a ver César si vos te acordás?”

“Y… más o menos siete años. Se lo regalé a Mónica para su cumpleaños número…” Mónica lo fulmina con la mirada. “Se lo regalé a Mónica para el día de los enamorados”.

“En realidad no es que me lo regalaste exactamente…”

“Es cierto. En realidad fue un canje con la gente de rollitos Mortimer por una mención que hacíamos en el noticiero. En cambio Larry fue otro canje que nos hizo la gente de lanas San Andrés por una mención que hacíamos en el programa de radio.

Comienzo a sospechar acerca del origen de tantos naranjos. César parece leerme el pensamiento.

“Los primeros naranjos los trajo la gente de Pindapoy por una recomendación subliminal que hacíamos en relación a sus jugos”.

“Exacto” dice Mónica. “Cada vez que terminábamos de leer una noticia fruncíamos los labios como quien está chupando por una pajita. Ese pequeño detalle le significó a la empresa un aumento notable en las ventas que luego se multiplicó cuando, no bien terminábamos la lectura de las noticias, cerrábamos el programa diciendo: en este país no pasa naranja…”

“Los durazneros son un canje con la gente de Inca”, sigue César. “Era una época en que en el noticiero nos referíamos en forma subrepticia a sus productos. Frente a una noticia política yo decía por ejemplo: nuestros políticos son totalmente inca…paces, frente a un fenómeno natural hablábamos de estrellas inca…ndescentes…”

“Frente a una medida económica” sigue Mónica “de perjuicios inca…lculables. Frente a una noticia policial, de inca…utación de la droga. Frente a una medida arbitraria: de hecho inca…lificable.”

“Los trabajadores de las minas, eran trabajadores inca…nsables… y así… piensen que cada mención era un nuevo duraznero”.

Mónica sugiere que llamemos a las nenas. Todavía no hemos comido el postre. Caminamos en dirección a una suerte de galpón anexo a la casa. Se trata de una enorme cámara frigorífica.

“Hoy tenemos heladito”, dice César extrayendo un pote de cinco kilos de una pila incontable de postres helados. “El helado es una gentileza de la gente de Frigor por mencionarla en nuestro programa de radio. Por ejemplo yo decía que, llegando a la radio, había recibido una noticia que me había dejado helado…”

“… así es. Helado es un adjetivo que uno mete con facilidad para cualquier cosa. Un hecho policial, un fenómeno natural, una medida arbitraria. Era una época en que nos mostrábamos helados frente a cualquier cosa. Calculen que cada mención era un postre diferente: almendrado con praliné, torta helada de almendras, bombón suizo, bombón escocés…”

“En cierta oportunidad estábamos tan cansados de comer el helado solo, que en un programa pasando noticias dijimos: . Esa noche comimos ensalada de frutas con helado. La gente de Inca nos mandó una lata de ensaladas de fruta… ¿Probaron la ensalada de frutas de Inca? La gente medio le tiene aprensión porque es de lata pero nada que ver…”

Entramos a la casa y nos acomodarnos en los sillones de la recepción. Silvina prefiere quedarse de pie observando unos estantes colocados frente a la pared del hogar. En cada uno de ellos hay alrededor de veinte modelos diferentes de anteojos.

“Esos son de la época en que se acostumbraba decir “viste”, dice César.

La conversación se interrumpe por un momento. Hay que tomar muy pronto el helado porque el fuego de los leños está a pleno. Mónica y César están abrazados enfrente a nosotros, de espaldas al ventanal desde donde nos mira el papagayo. Me quedo observando al animal. Aunque parezca mentira, César vuelve a anticiparse a mis elucubraciones:

“Ese animalito es un regalito de la gente de Banco Río. Una vez le comenté al gerente que a Mónica le encantaban los papagayos. El tipo me dijo que si de alguna manera los mencionábamos en el programa de radio, él podría gestionar una atención. Entonces cada vez que salía el tema de las tarjetas de pago, a mí se me ocurrió decir: . Eso sí, me cuidé de decirlo una sola vez…”

Mónica lo mira arrobada.

“¿Cómo lo están pasando?”, nos pregunta.

“Qué les parece si hacemos una pausa… nos hacemos una buena siesta y después nos tiramos un ratito a la pileta”, invita César.

“¡Sí, sí!” Gritan las nenas.

Parece un abuso de nuestra parte pero Mónica hace bien en recordarnos que, después de semejante diluvio, nuestro camping debe continuar hecho un lodazal.

Aceptamos. Mónica y César se alegran sinceramente. Acto seguido se repantigan sobre el sillón haciendose y, en cuestión de minutos, se quedan dormidos como niños.

Luego de un momento de indecisión Silvina y yo hacemos lo mismo.

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