viernes, 29 de mayo de 2009

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 32


EL DEPORTE Y EL HOMBRE

Las nenas son las que vienen con la novedad: ¡es el día de las olimpíadas veraniegas! No podemos abstenernos de participar. Pusieron un cartel que dice: “señores huéspedes: prohibido no participar”.

“Es una manera de decir”, les explico, “en realidad lo ponen así para que la gente participe y se relacione, no porque sea obligatorio”.

“El cartel dice: prohibido no participar” entrecomilla Juli con sus deditos.

“Ya sé Juli, pero lo que dice papá es verdad. Lo que pasa es que lo ponen así porque hay gente poco sociable a la que le cuesta relacionarse, entonces terminan haciendo su historia” dice Silvina.

“Bueno... tampoco se puede generalizar” dije tratando de entreabrir la puerta que Silvina acababa de cerrar. Pero el final era previsible.

“¿Qué quiere decir que hacen su historia?” preguntó Juli.

“Y... más o menos quiere decir que solamente les importa de ellos, que no les interesan los demás” agregó Silvina haciendo esquí acuático sobre el mar de la inconciencia.

“O sea que los que hacen su historia se cagan en la gente” sintetizó Sofi, que es la que ya va al segundo año del secundario con especialización en lenguas.

“Exactam... De alguna manera es así... pero como dice papi, no hay que generalizar”.

“Entonces nosotros, que nos interesa la gente... vamos a participar” dedujo correctamente Juli.

“¡Claro mi vida! ¡Ustedes tienen que participar!” dijo con fingido entusiasmo Silvina.

“No, nosotras solas no. Ustedes también tienen que participar. Sino quiere decir que ustedes se cagan en la gente”. Juli continuaba con su razonamiento ajedrecístico.

“Mi vida, yo no puedo participar porque si llego a estar embarazada como pensamos...”

Las tres se quedaron mirándome en silencio. Acababa de convertirme en el flamante representante olímpico por la Capital Federal.

En el baño y frente al espejo del botiquín hice una evaluación de mi condición física, previa a la elección de la o las disciplinas en las que iba a tomar participación.

Llegué a la conclusión de que las bochas no eran una mala alternativa. Se lo comuniqué oficialmente a las nenas.

“Papi, a las bochas juegan los viejos. Yo le conté al papá de un chico que vos jugas a la pelota rebien. Vos siempre decís que jugabas a la pelota rebien”.

Me sentí henchido de orgullo por la vehemencia de Sofi e hinchado las pelotas por la situación.

“Sí, Sofi, mi amor... jugaba... pero ahora no puedo jugar como...”

“Entonces vos hacés tu historia” dijeron las nenas.

“Pato... tienen razón” dijo Silvina.

“Esta bien... está bien... papá va a participar en fútbol” dije empleando en forma maradoniana la tercera persona del singular. “Papá va a participar en fútbol y les va a pasar por arriba a todos” exclamé muy lejos de la lucidez.

“¡Yo sabía papi! ¡Yo sabía que ibas a decir que sí!” En realidad Sofi no intuye con quién está tratando.

En mi cabeza comienzo a imaginar el partido. Será a pleno sol, en una cancha gigantesca de once contra once. Hace por lo menos cinco años que no juego en una cancha grande. Tengo unos diez kilos y unos diez años de más en relación a mi última aparición.

Imagino la jugada: una pelota tirada al vacío en el hueco entre los dos defensores. Un pique de veinte, de treinta metros.y luego... la muerte.

“¿Podemos ir a verte pa?” dice Sofi.

“Por supuesto” digo pensando en mi sepelio.

“¿Qué pensas en este mismo momento...?” las palabras de Silvina me vuelven a la realidad. Odio esa costumbre de tener que rendir cuentas de mis pensamientos. Pero más odio me provoca su habilidad de preguntar de ese modo tan brusco e imprevisible que le termina permitiendo obtener mi respuesta.

He hablado de este hábito nocivo de Silvina con mi psicóloga.

“¿Sabe que a mí me tocó convivir con un hombre que tenía la misma costumbre? Tenía ese berretín de que le contara todo loque estaba pensando. Pero no lo hacía desde la curiosidad, ¿me comprende? Era una exigencia. Sentía la sensación de estar siendo constantemente violada. Entre paréntesis, le digo que no es una sensación tan fea como comentan...”

Julieta y Sofía entran de nuevo a la habitación. Me anotaron para fútbol y para bochas. Están superentusiasmadas.

El partido es a las cuatro en punto de la tarde. Silvina y las nenas están en la tribuna. La última vez que Silvina me acompañó a un partido gritó por igual los goles a favor y en contra de mi equipo. Nunca estuvo lo suficientemente atenta al cambio de arcos.

Medio de reojo voy haciendo inevitables comparaciones tanto con mis compañeros de equipo como de los contrarios. Llego a la conclusión de que no estoy en una condción física aceptable.

En pleno partido me sorprende mi rendimiento. Corro bastante, cabeceo, me tiro a los pies de algún contrario, manejo los hilos del equipo como en los viejos tiempos. Silvina es la que cada tanto desentona un poco al gritar gol cuando ejecuto un lateral.

Como me sucedió incontables veces, en un momento del segundo tiempo y con el partido empatado viene la pelota bombeada para mi incursión entre los dos centrales contrarios. Y pico. Pico como en mis mejores épocas. Dejo parados a los dos zagueros con un amague. Cuando me sale el arquero se la tiro por un costado y paso por el otro para definir displicente con una cachetada del empeine derecho.

Las nenas gritan locas de alegría. Fiel a mi costumbre, no festejo el gol. Silvina tampoco pero por otra razón: por consejo de las nenas decidió no cantar ningún gol para no equivocarse.

Convertir desata en mí una energía que creía perdida. Voy de aquí para allá como un potrillo desbocado. Cada pelota es un fardo de alfalfa.

El partido termina. Soy la figura indiscutida. Mi equipo sugiere dar la vuelta olímpica. Tengo contracturados los gemelos y un tirón en el muslo derecho. Lo del tobillo izquierdo debe de ser una ligera distensión de ligamentos y el dolor en el bajo vientre es el retorno de mi crónica pubialgia.

A tranco lento, doy apenas un cuarto de la vuelta triunfal. Luego mis propios compañeros me alzan en andas al grito de Pelado campeón.

Las nenas y Silvina me reciben en un costado de la cancha. Quiero darles un beso pero me duelen los labios contracturados.

Sin conocer del todo los límites, no solo míos sino de cualquier ser humano, Silvina me dice que todavía falta el partido de bochas. Agrega que le encantó el trajecito del equipo contrario. Así llama ella a la indumentaria deportiva: el trajecito del equipo contrario.

Rumbo a la cancha de bochas comienzo a darme cuenta de que el partido de fútbol marcó un punto de inflexión en las vacaciones. Es que a partir de él, prácticamente quedé imposibilitado de flexionar parte alguna de mi cuerpo, hecho que se manifestó de manera muy notoria durante el encuentro de bochas.

Costó un perú conseguir que a nuestros adversarios me permitieran arrojar las bochas como si se tratara de granadas. No era mala voluntad: realmente no podía agacharme.

La pareja contraria estaba integrada por un adonis rubio y una mujer de unos cuarenta años, psicóloga de profesión. Se llamaba Magdalena Sáenz Alberdi y aprovechó para darme su tarjeta personal en el momento en que Silvina tomó su lugar para arrojar las bochas.

“Llámeme. Ese es el teléfono de mi consultorio. Usted es un hombre demasiado estructurado”, fue lo primero que me dijo.

El sujeto que acompañaba a esta mujer era un rubio muy fashion que no tenía ningún compromiso con el partido. Sólo le preocupaba tomar sol.

Me disgustó sobremanera sorprender a Silvina mirando sin la menor discreción el torso dorado de ese sujeto. Si bien no de palabra, evidentemente se lo hice notar de alguna manera porque la psicóloga se acercó de nuevo.

“¿Usted siempre fue tan posesivo? Las personas rígidas acostumbran ser también muy posesivas”.

Empezaba a sentir este tipo de intervenciones como una intromisión que no estaba dispuesto a aceptar de ninguna manera.

“Vea doctora, de acá en más yo me voy a expresar a través de la bocha”.

La mujer se mostró impactada. Por lo demás, al no poder agacharme, arrojé la bola como lo hacen los lanzadores de martillo.

Imaginé por un momento el estado de alarma entre las hormigas y los insectos en general. La cancha iba transformándose en un campo minado.

“Déme cinco minutos. Quisiera hablar cinco minutos con usted”, me pidió la psicóloga luego de arrojar, a su turno, la bocha.

“A las diez en el lobby del hotel” dije como para que le fuera quedando claro que era yo el que imponía las reglas.

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 31

AMAR ES NUNCA TENER QUE PEDIR PERDON

S: ¿Qué pensas en este mismo momento?

Y: No... Nada… nada en particular.

S: Dale... que te conozco... Estás preocupado...

Y: Y... un poco sí. ¿Vos no?

S: Y... un poco también. Pero vamos a arreglarnos.

Y: Sí, sí, vamos a arreglarnos. Pero es increíble.

S: Es increíble porque nos cuidamos en todo momento.

Y: Perdoname pero ¿estás segura de haber anotado bien las fechas?

S: Segurissíma Pato. Mirá...

P: ¿Cuál de todas es la marca que nos interesa porque ahí tenés tantos símbolos que...?

S: Sí, perdoname. El cuadradito con un punto en el medio es cuando voy a gimnasia.

Y: ¡Ah! ¿Esta es?

S: No, el simbolito de ying yang es el vencimiento de aguas argentinas.

Y: ¿La crucecita es?

S: No, la crucecita es cablevisión.

Y: ¿Por qué una crucecita?

S: Porque es un castigo cablevisión, me parece un verdadero afano.

Y: ¿Sabes qué?, por qué directamente no me decís cuál es la marca porque la verdad que no entiendo...

S: Perdoname... tenés razón. Esta es la marca. La del corazoncito.

Y: Y vos decís que estás segura de haber anotado bien cuando...

S: Sí Pollo, a mí todos los meses se me adelanta una semana.

P (de Pollo): Justamente por eso. ¿Estás segura de haber hecho bien los cálculos?

S: Ah, pero Pollo ¿no confiás en mí?

P: Disculpame pero cuando hacés cálculos confío hasta por ahí nomás.

S: Perdoname pero esto es una cosa de los dos.

P: Sí, está bien, ya sé que es una cosa de los dos pero yo siempre te pregunto antes...

S: ¿Siempre me preguntás antes? Si yo soy la que siempre tiene que decirte.

P: Perdoname pero ¿así que vos sos la que siempre tiene que decirme? Si yo más de una vez te pregunto si estás segura. ¿Te acordás cuando te pregunto si estás segura?

S: Es verdad que me preguntás ratón pero... bueno, no sé qué paso esta vez.

R (de Ratón): Disculpame pero los dos sabemos lo que pasó esta vez.

S: Ya sé... es una manera de decir.

R: Me embola porque en ese sentido yo siempre te digo.

S: Y yo siempre me cuido.

R: Disculpame pero... ¿me estás cargando?

S: No te estoy cargando Pollo pero la verdad... no sé... anoche me quedé pensando en esa noche que volvimos de la fiesta de Romi.

P (de Pollo): Yo no me acuerdo muy bien.

S: No te acordás muy bien porque estabas medio en copas.

P: Sabes que no me acuerdo…

S: Fijate… la fiesta en casa de Romi… es esta marquita.

P: ¿Por qué dibujaste el chanchito?

S: Porque cada vez que vamos a lo de Romi comemos como cerdos... ¿Ves? Si cuento a partir de aquí serían diez, quince, veinte... tendría que haberme indispuesto la semana pasada.

P: ¿No te habrás indispuesto sin darte cuenta?

S: ¡Ay, Pato, cómo no voy a darme cuenta de que estoy indispuesta!

P (de Pato): Bueno, perdoname, no lo dije por ofenderte.

S: Digo de la fiesta de Romi porque me acuerdo que cuando volvimos nos pusimos que pim que pam y en un momento yo te dije que tuvieramos cuidado, ¿te acordás ratón?

R (de Ratón): No... Perdoname pero no me acuerdo.

S: Sí, ratón, es como yo te digo.

R: A mí me parece que estás confundida con otra noche.

S: No Pollo... Mira... Esta es la marquita de la fiesta en lo de Romi. Como yo tengo la costumbre de anotar todo, ¿ves esta marquita?

P (de Pollo): ¿Ese circulito?

S: No es un circulito. Es una bola. Esta es la marca que hago cuando te digo algo y no me das bola.

P: Está bien. La culpa de todo la tengo yo entonces. Vos venís a ser María Magdalena en esta situación.

S: Disculpame pero yo en ningún momento dije que fueras culpable de nada. Vos sos el que me quiere echar la culpa a mí.

P: Yo no te echo la culpa.

S: Sí, vos me querés echar la culpa Pato.

P: Perdoname... yo en ningún momento te eché la culpa porque además acá nadie mató a nadie.

S: Disculpame pero si nadie mató a nadie ¿por qué tenés esa cara?

P: Porque ya te lo dije... estoy preocupado.

S: Bueno Pollo... vamos a salir adelante.

P(de Pollo): Es que yo no quería salir adelante. Quería quedarme donde estábamos.

S: ¿Ves como sos? Me haces sentir remal.

P: Bueno, perdoname. Tampoco lo dije para ofenderte... ¿Qué anotas ahora?

S: Es la marca que hago cuando discutimos. La última vez que habíamos discutido había sido el dos de enero.

P: ¿Y por qué haces el dibujito de un revolver?

S: Porque cada vez que discutimos por una pavada te mataría.

P: Esto no es ninguna pavada.

S: Bue… perdoname... era una broma.

P: Como broma no me causa ninguna gracia. Y entre otras cosas, ¿por qué habíamos discutido el dos de enero? ¿Eso lo anotás también?

S: No... No lo anoto pero igual me acuerdo. Fue porque había cebado mate y se me ocurrió ponerle cascarita de naranja. Y a vos no te gusta el mate con cosas…

P: Es que es horrible con cascarita de naranja. Además siempre te dije que a mí el mate me gusta así... sin cosas raras.

S: No son cosas raras. Pero bue... ahora ya está.

P: Claro... ahora ya está. Para vos todo se arregla así. Ahora ya está.

S: No seas rezongón. ¿Qué solucionamos discutiendo?

P: No estamos discutiendo. Para vos todo es una discusión. ¿Qué estas buscando ahora?

S: Mirá...

P: ¿Qué es esa marca?

S: Es la marca de cuando tenemos una discusión muy fuerte. Una bomba con la mechita prendida. Fue al día siguiente de lo del mate con la cascarita de naranja.

P: ¿Y te acordás por qué fue la discusión?

S: Sí. Fue porque te di el primer mate del desayuno y sin darme cuenta usé el agua que había calentado para el té de las nenas.

P: No era agua caliente. Esa agua había hervido. Con el primer sorbo se me chamuscó la tráquea.

S: Bueno... perdoname, no lo hice a propósito.

P: Hay que tener un poco más de cabeza.

S: Perdoname pero sabes muy bien que siempre uso la cabeza. Vos mismo decís que todo lo que hago lo pienso ochenta veces. ¿Es verdad sí o no?

P: Me haces acordar a Sofi.

S: ¿Por qué?

P: Con lo de sí o no. Sofi siempre te pregunta para que contestes por sí o por no.

S: Es verdad.

P: Ahora ya sabemos a quién salió.

S: Perdoname pero vos también tenés esa costumbre, lo que pasa es que no te das cuenta.

P: Yo nunca digo así.

S: Sí Pato, sí ratón. Pensalo: vos también a veces decís así.

PyR (Pato y ratón): Yo no digo así.

S: Bueno... no discutamos más.

PyR: No es una discusión.

S: ¿Te sentís mejor ahora?

PyR: Yo no me sentí mal en ningún momento.

S: Es una forma de decir. Digo si te sentís mejor de haber hablado el tema.

PyR: En ese sentido sí.

S: ¿Qué estás haciendo? ¿Qué es ese dibujito?

PyR: No es un dibujito, es una marca. En mi vida también pasan cosas.

S: Disculpame, ya lo sé. No quise ofenderte. ¿Y por qué dibujás un diablito?

PyR: Porque cuando te pones esa remerita de lycra anaranjada me hacés sentir un diablito.

S: ¿De veras? ¿Tanto te gusta?

PyR: No me gusta la remera. Me gustas vos con la remera. ¿Qué son esas iniciales?

S: Son las letras R y J. Significa que nos reímos juntos. En mi agenda anoto así para saber cuando hicimos el amor.

PyR: ¿Qué te parece si paramos un poco de hablar y nos reímos un poco juntos?

S: ¡Dale!

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 30

MIS DOS HIJITAS

J: ¡Qué buena la idea de la puerta!

S: Sí, yo sabía que iba a caer como un chorlito.

J: ¿Qué es un chorlito?

S: No sé, papá dice siempre... que cayó como un chorlito.

J: Pero, ¿quién cayó como un chorlito?

S: No sé nena… Es una manera de decir que tiene él.

J: ¿Vos qué opinas de lo del bebé?

S: A mí me encanta.

J: ¿A vos te parece que papá está contento?

S: Yo lo veo contento, pero también se quedó medio así viste, medio...

J: Shockeado.

S: Shockeado, sí... Como si le hubiera pasado un tren por arriba.

J: Ay, Sofi ¡qué exagerada!

S: Papá fue el que lo dijo. Se lo dijo a mamá.

J: ¿Qué cosa?

S: Eso Juli, que se sentía como si le hubiera pasado un tren por arriba... ¡Nunca prestás atención nena!

J: Bueno... no te enojes.

S: Juli ¿por qué no dejas el celular un momento así hablamos?

J: Esperá... esperá... No, ¡dameló nena, me lo das!

S: ¡Después jugas! ¡No me pegues!

J: ¡Yo lo tenía primero! ¡Me lo das!

S: ¿Qué te gustaría que fuera, nena o nene?

J: ¡Me lo das ya! No sé...

S: Dale, ¿nena o nene? Si me contestás te devuelvo el celular.

J: Nene... Ya te contesté. ¡Ahora dameló!

S: A mí también me gustaría un nene.

J: ¡Dámelo! ¿Ves? ¡Te contesté como vos querías y ahora no me lo das!

S: Es un minuto...

J: Damel... ¡te voy a reventar nena!

S: ¿Dónde te parece que lo van a poner?

J: A poner ¿qué cosa?

S: El bebé... ¿dónde te parece que va a dormir?

J: Con ellos va a dormir, en su cuna.

S: Ya sé tonta pero... después... ¿qué te parece que van a hacer?

J: Y... va a dormir con nosotras en nuestro cuarto.

S: Verdad. Va a dormir con nosotras.

J: Salvo que duerma en el living...

S: No creo.

J: Yo tampoco creo.

S: Eso tendría de bueno que no nos molestaría tanto a la noche.

J: ¿Qué cosa?

S: ¿Ves Juli que no prestás atención y hay que repetirte todo? Parecés papá… por eso te saco el celular. Después jugás...

J: Sí, escuché nena... que no nos molestaría tanto a la noche. ¿Ves que escuché?

S: Entonces… ¿para qué me haces repetir?

J: ¡Nnnno ssseee! ¡Dame el celular! ¡No es tuyo!

S: ¿Vos lo vas a cambiar?

J: ¡No! ¡Yo quiero ese celular!

S: Digo si al bebé lo vas a cambiar…

J: Mamá lo tiene que cambiar.

S: Ya sé tonta, pero ponele que mamá no puede...

J: Mamá siempre puede.

S: Pero ponele que alguna vez no pueda.

J: Entonces lo tendría que cambiar papá.

S: Juli... ¿vos viste lo que es papá?

J: Sofi... tampoco es ninguna ciencia cambiar a un bebé.

S: ¿Vos decís que vamos a terminar cambiándolo nosotras?

J: Yo no dije eso. Dije que cambiar a un bebé no es ninguna ciencia.

S: Entonces suponiendo que mamá y papá no puedan... ¿lo vas a cambiar vos?

J: ¡Basta nena! ¡Siempre estás suponiendo cosas!

S: Está bien... pero contestame.

J: Si mamá y papá no pueden... ¿Por qué no van a poder mamá y papá?

S: Ponele que justo salieron y el nene se hizo encima.

J: Para mí en ese caso lo tendrías que cambiar vos que sos la hermana mayor.

S: ¿Por qué nena? ¿Dónde dice que la hermana mayor es la que se tiene que ocupar?

J: Bueno nena, ¿para qué me preguntás entonces? ¡Dame el celular ya!

S: Pero ¿vos lo querés al bebé, si o no? Contestame.

J: Sí, mas vale nena.

S: ¿Entonces?

J: ¿Entonces qué, Juli?

S: Entonces, ¿por qué no lo querés cambiar?

J: Yo no dije que no lo quiero cambiar. Dije que primero están mamá, papá y vos.

S: ¡Qué viva sos nena, con ese criterio vos no lo vas a cambiar nunca!

J: ¡Terminala nena! ¡Me das el celular!

S: Te lo doy si me prometés que lo vas a cambiar.

J: Está bien.

S: Está bien ¿qué cosa? Contestá: ¿lo vas a cambiar sí o no?

J: Sí...

S: Decí: sí, lo voy a cambiar.

J: Sí... lo voy a cambiar. ¡Ahora dámelo!

S: Está bien... tomá.

J: ¡Tonta! ¡Sos una tonta! ¡Te odio!

S: Y hablando de odio, ¿vos lo vas a querer?

J: ¡Por supuesto! ¿Como no lo voy a querer si es mi hermano?

S: Pero ponele que después te anda con todos los juguetes.

J: No va a andar con mis juguetes porque va a ser un varón.

S: Eso todavía no lo sabemos. Pero además los varones son tan destrozones… capaz que termina agarrarrándote todos los juguetes igual.

J: No va a agarrar nada porque mamá lo va a retar.

S: A mí me parece que mamá lo va a consentir. Si es un varón lo va a consentir.

J: ¿Qué quiere decir consentir?

S: Que siempre le va a dar la razón a él. Como es el único varón...

J: ¿De dónde sacaste eso?

S: Porque es así nena... ¿No viste papá?

J: ¿Qué decis nena? Si papá no tuvo hermanos.

S: Eso qué tiene que ver. Mamá dice que es un consentido de la abuela.

J: Mamá no dice eso.

S: Sí, yo la escuché el otro día hablando por teléfono con una amiga. Decía que la abuela lo había hecho un consentido y que menos mal que papá la conoció a mamá sino sería un perfecto inútil.

J: Mamá no dijo eso...

S: ¿Vos qué sabes si no estabas?

J: Estás inventando.

S: Para vos, ¿mamá lo quiere a papá sí o no?

J: ¡Basta nena, me tenés harta con tus sí o no! ¡Dámelo! ¿Por qué me lo tenés que sacar de vuelta?

S: Contestame eso solo y te lo devuelvo.

J: ¡No te contesto nada! Y me lo das o se lo voy a decir a mamá.

S: Tomá tonta... ¿no entendés lo que es una broma?

J: ...

S: Entendés lo que es una broma, ¿sí o no?

sábado, 16 de mayo de 2009

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 29



ALGUNOS APUNTES SOBRE NUESTRAS VACACIONES

Mientras Silvina se ducha descubro que las nenas han olvidado sus diarios íntimos apoyados sobre las mesas de luz.

Las pienso tan pequeñas y ya con su mundo interior en plena ebullición. ¡Vaya a saber qué pensamientos guardan sus cabecitas en relación a Silvina y a mí, a los amigos, a estas vacaciones sin ir más lejos!

Abrir estos diarios es una verdadera tentación. “No se hace” me advierto. “A vos no te gustaría que te lo hicieran”. “Sería una pequeña traición”. “La correspondencia epistolar y los diarios íntimos son secretos”. “Sería un verdadero atentado a los derechos más elementales de los niños en particular y del ser humano en general”.

Decido plantarme de frente a la tentación y hacer lo que hice siempre frente a situaciones como ésta: ceder.

En el instante en que abro el diario de Juli, Silvina desde el baño me pregunta qué hago. Le contesto que hojeo el diario.

Esto dice el diario de Juli:

“Vacaciones en la sierra.

Dia 1: estamos llegando al hotel. Viaje larguísimo. Plomo plomo. Primera sorpresa: no hay mar. Ricos los sanguches de miga. Nuestra habitación es relinda. Papá anda de acá para allá diciendo que el hotel es ruidoso. Mal papi. La comida según mamá es ni fu ni fa.

Día 2: en el comedor hay una chica que siempre se está acomodando el corpiño. El papá se parece al señor Burns de los Simpson. La mamá está siempre como pensando en otra cosa, con la cara toda así, toda la pera caída. ¡¡¡Hay un chico que gusta de mí!!! Se llama Lucas. Es relindo pero no me conviene porque me contó que el padre es drogadicto. Toma una cosa que se llama pasta base o algo así. El hotel tiene una pileta hermosa. Ya me tiré del trampolín con papá. El tenía más miedo que yo.

Dia 3: ¡¡¡Estoy reenamorada de Lucas!!! Me compré un collar nuevo con bolitas celestes y rosas. No soy más cheta. Ahora soy alterna. Conocí a una chica que es alterna como yo. Se llama Jazmín. Estaba en la pileta con su mamá. La mamá trataba de mantenerla hundida debajo del agua. Tuvo que venir el bañero a sacársela de las manos. Igual la mamá me dijo que es un juego que hacen siempre.

Dia 4: Papá se apareció en el hall del hotel con las cejas pintadas con marcador negro grueso. ¿Qué le pasa a papá? Lucas me compró unos stickers de corazones que están buenísimos. Mañana tenemos una excursión. Estoy superrecontra enamorada. ¡¡¡Lucas te amo!!!

Día 5: Hoy conocí al papá de Lucas. Tiene unos ojos celestes muy lindos pero a diferencia de Lucas los tiene siempre rojos. Me dijo que él era un arcángel. Después de decirme eso se tiró vestido a la pileta. ¡Al fin de cuentas papá es renormal!

Día 6: No quiero más a Lucas. ¡¡¡Lo odio!!! Pasó esto: con Sofi le pedimos a papá plata para comprar la golosina de los viernes. Papá no tenía cambio. Con mucho miedo nos dio un billete de veinte pesos y nos pidió que inmediatamente le lleváramos el vuelto. Bueno. Lucas se ofreció para comprarnos él la golosina ¡y se quedó con nuestra plata! Fuimos a reclamarle al papá de Lucas y nos dijo que el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Mañana dijimos con Sofi que vamos a matar a Lucas. Cumpliremos.

Día 7: Me reconcilié con Lucas. Con la plata ¡¡¡me compró la revista de Floricienta!!! ¡Es un sol! Sofi dice que es un atorrante porque averiguó y la revista de Floricienta sale seis pesos y Lucas no nos dio nada de vuelto. A papá, ¿qué vamos a decirle? Le digo a Sofi de inventar algo y decírselo a papá mientras mira a la noche el partido de Boca porque en ese momento él no presta atención a nada sobretodo si Boca gana. Le parece buena idea. Vamos a ir viendo como va el partido. Si Boca gana, le decimos que perdimos la plata o qué se yo. Si Boca pierde esperamos a que el tema lo saque él.

Día 8: Excursión al cañadón de no se qué. Horrible. Papá nos hizo unas imitaciones de diferentes animales. Ridículo el pobre. Papá está muy enojado con un viejito que está en silla de ruedas. Se pasó todo el camino de vuelta diciendo que lo va a despedazar. ¿Cómo va a decir eso?

Día 9: ¡Lo voy a despedazar a Lucas: me perdió la revista de Floricienta que me pidió prestada para que la leyera la hermanita! ¡¡¡Lo odio!!! Día de disgustos y aburrimiento peor que cuando fuimos a la casa de Mujica Láinez. Aunque bueno, ese día por lo menos comimos unas tortas fritas riquísimas aunque a papá le cayeron mal”.

Silvina entreabre bruscamente la puerta del baño. Cierro el diario de Juli y lo pongo en la posición en que lo encontré. No siento ningún remordimiento.

“Pollo... esperame un poquito más que tengo que maquillarme...” dice Silvina.

Ahora tomo el diario de Sofi. En la tapa tiene pegada una fotografía de Marilyn Manson, el cantante con voz de abeja que cada dos por tres se lastima. Las anotaciones del diario de Sofi no parecen seguir una cronología. Se leen este tipo de cosas:

“Córdoba= muerte.

Fucking sierras, fucking Mina Clavero, fucking Villa Giardino. ¡Viva la oscuridad, los días nublados, el caviar y el grafito!” En medio de pilas de dibujos de lápidas y cruces se lee:

“Slipknot. We won’t die. ¡Conocí a un chico dark! Se llama Tobías.” Luego hay un dibujo encantador. Es un corazón atravesado por una flecha con los nombres de Tobías y Sofi. El corazón sangra sin parar.

Me detengo frente a un cartel escrito especialmente en rojo. Dice lo siguiente:

“Maldición eterna a quien lea estas páginas sin permiso”.

El cartel cumple muy bien su función porque de inmediato cierro el diario. La suerte me acompaña: no bien acabo de cerrarlo las nenas entran a la habitación.

“¿Qué hacés acá papi?” Las dos me observan con sospechas bastante fundadas al encontrarme recostado sobre una de las camas de su cuarto.

“Papi, no tenés que venir a nuestra pieza, vos tenés tu cama” dice Juli apartándome suavemente de su cama.

“Yo no dejé el diario así” dice Sofi. Tiene una memoria prodigiosa.

“¿Así cómo?” pregunto con una inocencia conmovedora.

“Así... en esta posición”.

Trago saliva. Una vez más me salva mi faceta actoral.

“Bueno Sofi... nosotros estamos haciendo cosas en la habitación... capaz que mamá apoyó algo”. Sentí un poco de remordimiento. Raro en mí. Entonces agregué:

“... seguramente la mucama que ordenó la habitación cambió las cosas de lugar... ¡qué se yo!”

Las dos se quedan mirándome convencidas de que les estoy mintiendo. La experiencia me indica que tengo que sostenerles la mirada sí o sí. Si consigo hacerlo estoy salvado.

Para reforzar mi inocencia me muestro ofendido. Más que ofendido diría que herido. A nivel de la actuación hago el herido de manera muy similar al ofendido pero mirando más para abajo.

“Tenemos un baile...” dice Sofi.

“¡Ay... qué lindo!... podemos...” alcanza a decir Silvina saliendo por fin del baño. Enseguida las nenas la sitúan en la realidad:

“¡No!... No podemos nada porque es un baile para los chicos... Chicos y preadolescentes” aclara Sofi con una precisión notable.

“Bueno... está bien Sofi... tampoco quisimos ofenderte” dice Silvina involucrándome de manera innecesaria.

Se hace un silencio que conozco de sobra: en cualquier momento me van a pedir dos pesos. Urgentemente me meto en el baño. Permaneceré encerrado hasta que se olviden del maldito dinero. Me ducharé incluso si es necesario, pienso.

La ducha me sienta muy bien. Decido dedicarle un tiempo a las uñas de mis manos y de mis pies. Las tengo muy abandonadas y son un detalle que acostumbro observar en otras personas.

Afuera todavía puedo escuchar las voces de las nenas mientras se cambian para el baile.

Concluído el limado de uñas y emprolijamiento de las cutículas, continúo con los puntos negros de mi cara. Observo en particular un punto negro sobre mi sien derecha. Tiene el tamaño de una bala calibre treinta y ocho. Me pregunto cómo me he dejado estar tanto. Es curioso que no le haya llamado la atención a Silvina.

En ese momento exacto entra Silvina. Entra al baño y después se disculpa, como siempre. Mira mi punto negro y su cara adopta la expresión de quien está frente a una torta de queso bañada en caramelo.

“¡Ay! ¿Te puedo sacar ese punto negro?”

Antes de que le conteste ya se abalanzó sobre el objetivo.

“¡Despacio!” alcanzo a decir. Me siento violado.

“Quedate quietito... un poquito más...” La lengua de Silvina sobresale por un costado de su boca. Es un hábito en ella cuando realiza tareas de gran precisión.

“... ¡ya está... ya está!” Su entusiasmo es inexplicable.

Desde afuera se escucha un portazo. Las nenas dejan la habitación.

“Te estuvieron esperando pobrecitas...” dice Silvina.

“¿Para?” pregunto como no intuyendo lo que va a contestarme.

“Querían pedirte dos pesos para tomar algo cuando van a bailar”.

Una vez más mi intuición me ha salvado. Le explico a Silvina que es una verdadera lástima que las nenas se vayan sin plata. Bailan, transpiran y es lógico que después quieran tomar algo, digo en tono de lamento. Represento muy bien el tono de lamento que es muy parecido al del herido nada más que con la voz un tono más grave.

Finalmente salgo del baño. No bien abro la puerta y me dirijo al cuarto sufro una tremenda impresión: las dos nenas están paradas frente a mí.

Las observo detenidamente. Pregunto:

“¿De quién fue la idea de golpear la puerta simulando que se iban?”.

“Mía” dice Sofi con notable apostura.

Permanezco un rato en silencio. Me siento estafado pero la verdad es que no puedo menos que rendirme ante la inteligencia. Son dos criaturas cuyo mantenimiento resulta oneroso pero convengamos que son muy listas. Su inteligencia me produce un orgullo indescriptible.

De ahí en más todo está sobreentendido. No tienen necesidad de abrir la boca. Voy hasta mi campera y extraigo dos billetes de dos pesos, uno para cada una. Lo toman y me besan, llenas de ternura.

Consumado el atraco, salen a los gritos por el corredor del hotel.

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 28

INTROMISION INESPERADA DEL ESPIRITU SANTO

“¡Mami tiene que darte una noticia, mami tiene que darte una noticia, mami tiene que darte una noticia...!” Mis dos hijas entonan, con marcados desajustes, una canción en la que evidentemente se ha trabajado poco en el aspecto melódico.

Imagino de qué puede tratarse la noticia. Ayer a la noche mientras estábamos en la cama le propuse a Silvina agregar prolongar las vacaciones ya que nuestras finanzas iban bien.

“Ya que nos queda en camino, podríamos pasar unos días en el camping de San Pedro”, propuse.

“Mami dice que ya viene, que la esperes”, dice Juli acariciándome la nuca con su manito, cosa que me encanta. Luego sale corriendo hacia el parque del hotel siguiendo los pasos de Sofi. Acto seguido aparece Silvina vestida con una remera de lycra de color amarillo y naranja que la hace muy atractiva en combinación con su bermuda de jean. Me toma las manos y sonríe.

Cuando Silvina te toma las manos y sonríe más vale estar muy atento.

“¿Te acordás de lo que estuvimos hablando anoche?”, dice.

Compruebo que el tema de conversación era el previsible. Contesto:

“Sí, de tomarnos unos días más de vacaciones...”

“¡Dale... aceptado!” dice Silvina. Sus ojos brillantes apenas pueden contener las lágrimas. Además empieza a perder un poco su compostura. Ya no sé si llora de alegría o de tristeza.

“Y de paso festejamos...” dice sin poder contener sus lágrimas “… ¡que vas a ser papá otra vez!”

Ahora somos dos los que lloran a moco tendido. Nos fundimos en un abrazo emocionado. También nos fundimos económicamente, lo sabemos.

“Festejemos, festejemos, pedime una botella de vino tinto”, dice Silvina.

Le explico que son sólo las nueve de la mañana.

“Entonces pedime una botella de vino blanco”, insiste.

Por un momento la conversación transcurre por preguntas obvias seguidas de explicaciones de la misma naturaleza. A saber: pero ¿cómo puede ser si siempre nos cuidamos, si el mes pasado hicimos el amor mucho menos que otras veces?

Silvina saca la agenda donde anota todo y para tranquilizarme dice:

“¿Ves? Fijate… donde están estas marquitas significa que hicimos el amor. Fijate el mes de enero...”

Tomo su agenda. El mes de enero está casi completamente picoteado con las marquitas nerviosas de su lapicera.

Silvina cuenta y recuenta con la birome en la boca.

“Es lo que yo digo... en enero hicimos el amor sólo veinte veces...”

“¡Veinte veces! Te das cuenta de lo que estás diciendo, ¡veinte veces es un montón!”

“Es que en enero fue cuando nos propusimos hacer el amor todos los días aprovechando que las nenas se iban a lo de mi mamá, ¿te acordás? Por eso a enero le hice el recuadrito en marcador rojo”.

“Pero… ¿estás... segura?”, digo empleando para la palabra “segura” una inflexión de la voz no digamos que amenazante pero sí intimidatoria.

“Y... sí... estoy segura... estoy casi segura”.

En ese momento imaginé la palabra “casi” como un pequeño sol saliendo por el horizonte. Un sol que luego crece y crece y arrasa con todo.

Permanecemos tomados de las manos y mirándonos a los ojos. Aunque no lo decimos, cada cual le está echando de manera sorda la culpa al otro.

En ese momento reaparecen Sofi y Juli. Nos ven llorar e inmediatamente se ponen a llorar ellas también. Sólo que ellas lloran de alegría.

“Podemos ir a una excursión al molino de...” Juli olvida el nombre.

“No sé, un molino que hay por acá” dice Sofi, “es una excursión para los chicos...”

Cuando Sofía dice que algo es para los chicos significa que Silvina y yo no podemos estar a menos doscientos kilómetros a la redonda.

“¿No nos pueden dar dos pesos?”

La excursión es a pie y completamente gratuita. ¿Para qué necesitaban dos pesos? Para sacar fotocopias ¿de qué cosa? Concluyo que con la noticia de Silvina vamos hacia la ruina económica, de modo que poco importan dos pesos más o dos pesos menos. Saco del bolsillo el único billete que tengo: cinco pesos.

“¡Papi, sos rebueno!” dice Juli agarrando apresuradamente el billete y dando por terminada la transacción.

“¡Después nos dicen qué nombre le quieren poner! Nosotras con Sofi ya estuvimos viendo nombres para nena y para varón” grita Juli desapareciendo por el parque del hotel.

Silvina me mira de manera tierna. En voz baja sugiere ir a festejar a la habitación ya que las nenas sólo volverán de la excursión para la hora del almuerzo.

Me pregunto qué es lo que hay que festejar cuando tenemos por delante un futuro tan incierto. ¿O es que Silvina no es conciente de lo difíciles que se nos pueden poner las cosas? Por Dios, ¡de nuevo con los pañales descartables! ¿Cuánto costarán los malditos pañales descartables? ¿Y la leche vitaminizada? A cuánto se cotizará una cuna, porque cómo la criatura no va a tener una cuna, ¿acaso somos indigentes? ¿Así que tenemos para un veraneo pero no para una mísera cuna para la criatura? Para no hablar del colegio. Será otro niño pidiendo dos pesos para más fotocopias. Dos más dos cuatro más dos seis. ¡Seis pesos! Y me quedo corto porque Sofi ya estará en la facultad y entonces no pedirá dos pesos. ¡Pedirá por lo menos cinco pesos! Así que tenemos dos más dos cuatro más cinco nueve: ¡nueve pesos diarios! ¡Que en realidad son diez porque no voy estar a cada rato buscando el cambio justo! Un horror. El horror económico del que habló aquella escritora francesa cuyo nombre no recuerdo.

Silvina no mide todo eso. Ella vive el momento. El aquí y ahora. Ese es su secreto para que no le pase el tiempo. Para conservarse siempre juvenil y atractiva. ¡Y vaya si está atractiva con la blusa de lycra de color anaranjado y esa bermuda de jean que le marcan la colita!

En la habitación puedo ver su largo cabello cayendo por la espalda y los hombros desnudos. Está encantadora, esa es la verdad.

Creo que no es lógico a que uno tenga que estar proyectando todo el tiempo. Es como dice mi esposa: el aquí y ahora.

Dejamos de lado las preocupaciones y vivimos el momento.

Y por otra parte, al fin de cuentas siempre me gustaron los niños.

Entonces, ¿Cuál es el problema?