domingo, 29 de noviembre de 2009

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 44

MEMORIA Y BALANCE

Nuestra última noche de camping y de vacaciones es una verdadera pesadilla: un mosquito entró en la carpa y fue lo suficientemente astuto para picarme sin parar por todo el cuerpo sin que en ningún momento pudiera localizarlo. En su vana búsqueda anduve con la linterna de aquí para allá despertando a cada rato a Silvina y a las nenas y sin poder pegar un ojo en toda la noche. No bien comienza a clarear decido salir de la maldita carpa y prepararme unos mates.

Para mi sorpresa Silvina también se levanta temprano y se sienta a mi lado, en uno de los banquitos de la mesa plegable.

Mi esposa tiene una cualidad bastante particular cuando se despierta: se pone a temblar y a tiritar. No se trata de algo provocado por el frío. Lo hace ya sea que haga frío o calor. Detesto esa costumbre. Ella se molesta cuando hablo de costumbre porque dice que no lo hace voluntariamente. Arguye que no puede parar. Yo creo que es justamente allí cuando no demuestra voluntad, cuando afirma que no puede parar.

Imagínense por otro lado a una persona tiritando de manera frenética en la mesa de camping. Las consecuencias son previsibles: se desestabiliza el termo, el agua y la yerba de la calabaza comienzan a ser despedidas como por una centrifugadora, se derrama el frasco de miel, la mesa es invadida de inmediato por moscas y hormigas.

“¿No podés dejar de temblar?” le digo de malos modos.

Mis palabras producen el efecto esperado: ella tiembla más que antes, porque cuanto más nerviosa se pone, más tirita.

“Teo ao e eírte”.

La pobre trata de articular pero las mandíbulas no le responden.

Le cebo otro mate. Silvina lo toma con manos temblorosas. Le digo que espere a recomponerse para volverme a hablar. Pero ella se muestra muy impaciente. Chupa la bombilla y se queda un instante en silencio. Parece que por fin ha entrado en calor:

“Teo ago que eírte”.

Aunque sigo sin entenderla no soy tan necio como para negar que va haciendo pequeños progresos. Se lo hago notar mientras le froto la espalda.

“Tego ago que ehírte”.

Creo que comienzo a interpretarla. Estoy por pedirle un último esfuerzo cuando sucede lo de siempre: el tembleque cesa de manera súbita. Silvina es ahora otra persona. Parece la hermana menor de la anciana que un rato antes flameaba como una bandera al viento.

“Tengo algo que decirte. Una mala noticia”.

Otra cosa que detesto en Silvina es cuando me dice eso: que tiene que darme una mala noticia.

“¿Cuál es la mala noticia?” digo intrigado y molesto.

“No vas a ser papá…”

Silvina se queda mirándome con ojos apesadumbrados. Está a la expectativa de mi reacción.

Pienso con cuidado en las palabras que voy a decir. Son las siguientes:

“O sea que al final no… al final fue una falsa alarma”. Al instante comprendí que la palabra alarma no le pasaría inadvertida.

“Bueno… alarma… tampoco se nos estaba incendiando la casa”, dice dolida pero sin temblar.

“Es verdad”, agrego enseguida. Omito comentar que un incendio me parece un hecho menor frente a la posibilidad de ser padre por tercera vez.

“No lo decís convencido”.

“¿Qué cosa no digo convencido?” digo convencido.

“Digo… que para vos hubiera sido terrible que estuviera embarazada… decí la verdad…”

Guardo silencio. Estudio cada uno de mis próximos gestos y movimientos. Silvina me observa con su mira telescópica. Un paso en falso puede ser fatal. Trato de mostrarme apesadumbrado. Hundo la cara entre mis manos y sacudo la cabeza de un lado al otro como tratando de encontrar consuelo frente a lo inexplicable, pero cometo el error de seguir chupando de la bombilla.

“Si estuvieras tan mortificado no estarías tomando el mate” dice Silvina de manera arbitraria. No sé de dónde saca ese tipo de conclusiones.

“No seas así, me siento tan mortificado como vos y estaba tan ilusionado como vos”. Todavía mi rostro permanece oculto bajo las palmas de la mano. Entreabro un poco los dedos y puedo ver los labios de Silvina diciendo:

“¿Y a vos quién te dijo que yo estaba ilusionada?”

Estoy a punto de bajar las manos y pegar un grito de alegría, de decirle a mi esposa que este es uno de los días más maravillosos de nuestras vacaciones y que por fin he tomado la decisión de comprarle los jeans que vio en Soho y que le parecieron demasiado caros. Quiero tirar la casa por la ventana con la noticia. Estoy a punto de comunicarle mis pensamientos cuando ella se me adelanta con estas palabras:

“No es que estuviera ilusionada… era más que una ilusión… era a lo mejor cumplir el sueño de nuestro varoncito, del que te podía acompañar a la cancha o al autódromo, ser tu compinche…”

Silvina se refiere a los sueños de la época en que nos conocimos. Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente pero no me parece el momento de decirle que por ejemplo últimamente sueño con bastante frecuencia que soy un magnate que llega a un camping y le indica a su séquito de sirvientes que le armen la carpa en tal lugar, que se ocupen del orden de las cosas, de mantener alejados a los insectos, de preparar una exquisita comida y de lavar los enseres mientras fuma su habano recostado a la orilla del río.

Para ser más preciso, en ninguno de los sueños que he tenido en los últimos quince años ha aparecido la palabra compinche. De pronto miro a Silvina a los ojos y acaricio sus manos con ternura.

“¡Vos sos mi compinche, vos sos todo lo que yo necesito!” Me muestro del todo conmovido cuando ver frente a mí a ese ser que, de verdad, se preocupa por cada cosa de mi vida sin demandarme nada a cambio: mi esposa jamás interrumpiría mi sueño nocturno cada tres horas. A mi esposa no hay que cambiarle constantemente los pañales. No consume leche vitaminizada. Es una económica consumidora de mate, eso es todo.

Silvina sujeta entre sus manos el pequeño mate de loza azul. Mis manos grandes se ahuecan y abarcan por completo las suyas apretándolas con delicadeza.

El momento es casi perfecto. Silvina me mira a los ojos presa de una inmensa ternura. Luego su mirada va cambiando de expresión. Es evidente que quiere decirme algo pero no se anima. Trato de transmitirle esa fuerza que no consigue reunir sujetándole con más energía las manos. Seguimos mirándonos a los ojos como dos enamorados. Ella se sonroja y todavía contiene las palabras. Algo que no se anima a contarme está por desbordarla. Le aprieto las manos con más fuerza aún. Por fin dice lo siguiente:

“¡Ayyy la puta madre… este mate está que pela!”.

Liberada del pequeño mate de loza Silvina vuelve a ser la que es: una mujer serena, reflexiva, tierna, sin preocupaciones gratuitas, sin urgencias. Es más, vuelve a dormirse apoyando la cabeza sobre la mesa de camping.

Sofi y Juli salen de la carpa. Apenas pueden entreabrir los ojos.

“¡Hoy papá va a hacer un rico asado de despedida!” digo refiriéndome a mí mismo en tercera persona. Es una cuestión de respeto.

Apenas pueden entender mi júbilo mientras hablo de todas las exquisiteces que voy a preparar: habrá chorizos, morcilla, bondiola, chinchulines y hasta un pedazo de cordero patagónico si es que consigo.

Siento que es un buen momento para darle una explicación a las nenas acerca de la noticia que acaba de darme Silvina. No quiero más dilaciones.

“A veces Dios nos bendice con la llegada de un nuevo ser. Ese ser es muchas veces la culminación de una vida de relación entregada al amor y al compañerismo…”

Espero un rato a que las nenas terminen de bostezar y continúo.

“… pues bien, ese nuevo ser es gestado por una pareja en un acto de amor físico pero sobre todo espiritual…”

“¿No hay nada para desayunar?” pregunta Juli.

“… ese ser comienza un día a gestarse y entretanto uno no deja de imaginarlo e ilusionarse con su venida al mundo”.

“¿Por qué hablás así?” me pregunta Sofi.

“¿Así cómo?”

“Así…como si relataras un documental… ¿No hay tostadas aunque sea?”.

Las sorprendo con algo mejor: en el baúl del auto tengo visto un último paquete de galletitas Oreo. Mientras me dirijo al coche y revuelvo los trastos desordenados, continúo con mi explicación:

“… ahora bien… a veces la naturaleza se encapricha y nos sorprende con ciertas cosas que, aunque no entendemos desde nuestro razonamiento humano, tienen una explicación más profunda en el entendimiento de Dios”.

Las nenas no dejan de observarme desde sus ojos apenas entreabiertos.

“Concretamente lo que tengo que decirles es que al final no vamos a tener un hermanito” digo cerrando el baúl y con el paquete de galletitas en la mano.

“¡¡¡Oreo!!! Mirá Sofi…¡¡¡ había otro paquete de Oreo!!!”

“¡Qué genial, pa! ¿Viste Juli?, yo te decía que tenía que haber otro paquete”.

Las nenas hacen trizas el envoltorio y reparten las galletitas apilándolas como si se tratara de monedas de oro. Luego se levantan y desaparecen en dirección al río. Me quedo observándolas con ternura mientras pienso en la particular psicología de los niños y también, por qué no decirlo, en mi costumbre de no ponerle nafta al auto hasta que el motor consuma la última gota de la carga anterior.

Silvina duerme sobre la mesa de camping, sin dudas que estresada por la noticia que acaba de darme.

Es nuestro último día de vacaciones y comienzo a hacer un recuento de todo lo vivido. Una suerte de memoria y balance digamos.

Me invade una agradable sensación de ternura por Silvina cuando la veo allí a mi lado durmiendo como un cariñoso lirón. Se suceden diferentes imágenes: Silvina en el hotel de Córdoba tomando el desayuno, Silvina en la pileta jugando a la par de las nenas, Silvina prendiéndose entusiasta de todas las excursiones, Silvina reflexionando acerca de lo negativo y lo positivo del tema que a uno se le ocurra. La ternura se disipa un tanto cuando se entrecruza el nombre de “Cholo” pero muy rápido comprendo que no es momento de detenerme en pensamientos mezquinos.

¡Y qué decir de mis hijas! Sin ir más lejos, ahí veo venir a Sofi con sus auriculares que pueden oírse a cien metros. Tiende su brazo protector sobre el hombro de Juli. Ambas se acercan mirando al suelo. No hace falta que digan nada. Puedo adivinar su tristeza. Uno se equivoca cuando lee las reacciones de los niños. Es muy fácil convencerse de que nada les afecta y de que cualquier cosa la toman con ligereza. La noticia que les di sin duda que las ha conmovido hasta lo más íntimo de sus almas.

“¿Por qué llorás, Juli?”, pregunto. Ya imagino su respuesta.

Sofi me mira mientras acaricia la cabecita de su hermana. No pronuncia una sola palabra.

“Juli…contale a papito por qué lloras”. Levanto suavemente su barbilla. Me mira con sus ojos negros llenos de lágrimas.

“Decile a papá lo que te pasa…” Mi niña agita negativamente la cabeza pero está tan conmocionada que no puede hablar.

Al final es Sofi la que cumple su rol protector de hermana mayor. Mientras continúa acariciando la cabecita de su hermana, dice:

“Llora porque se acabaron las Oreo”.

No bien Silvina vuelve a despertar, nos hacemos una escapada hasta el pueblo de San Pedro. Como es su costumbre, mi esposa deja preparados todos los materiales para que, entretanto, las nenas se queden dibujando.

“A ver si dibujan algo que ustedes recuerden de estas vacaciones”.

Nos alejamos con la hermosa visión de nuestras hijas, inclinadas sobre la mesa de camping mientras van acomodando los crayones.

En el pueblo compramos chorizos, morcilla, bondiola, morrones, papas y batatas, porque Silvina tiene el antojo de papas y batatas asadas.

Cuando regresamos las nenas ya han terminado su dibujo. Podemos verlas en la playita al borde del río, construyendo algo con la arena húmeda. Silvina se acerca a la mesa y se queda observando el dibujo. Se tapa la boca con las manos, me mira y dice:

“¡Mirá esto!”

El dibujo es desgarrador. Le han puesto el siguiente título: “Lo que no fue”. En el medio de la lámina, una blanca cigüeña despliega sus alas. Su inmenso ojo transmite el pánico que experimenta al comprobar que el envoltorio donde portaba el bebé se ha deslizado por su pico entreabierto. Unos diez centímetros más abajo se ve al niño, todavía enredado en el pañuelo, en plena caída libre. El pequeño también va mirando hacia abajo con sus ojitos espantados. Un último detalle: debajo de sus bracitos lleva dos paquetes de Oreo.

Mientras comen sus choripanes, les pregunto a las nenas cuáles fueron los momentos más lindos o más emotivos que pueden rescatar de estas vacaciones. Se toman su tiempo para responder y las comprendo: tienen mucho material para seleccionar entre todas las anécdotas de los hoteles de Córdoba, los paisajes de Mina Clavero, Huerta Grande y Villa Giardino, la visitas al Museo Rocsen, a la Posta de Yatasto, al Cañadón de la Mosca, a la casa de Manuel Mujica Láinez, a la casa de Mónica y César…

Luego de masticar su chorizo durante un tiempo más que prudencial, Sofi y Juli se alejan unos metros como para ponerse definitivamente de acuerdo en la elección del mejor momento de las vacaciones. Cuchichean entre sí hasta que al final se acercan a nosotros y dicen:

“Lo que más nos gustó de todas las vacaciones fue cuando recién estuvimos en la orilla haciendo castillitos en la arena húmeda”.

La respuesta nos causa un enorme desencanto. Les pedimos que pongan un poco más de voluntad.

“No nos parece mal el asunto del castillito pero eso es lo que acaban de hacer recién. ¿Acaso no se acuerdan de cuando desayunábamos en el hotel de Córdoba, de lo lindos que fueron esos momentos cuando comíamos las medialunas calentitas… o la pileta del hotel, o la excursión a la casa de Mujica Láinez… o cuando estuvimos en lo de Mónica y César que conocieron también a Terencio… todo eso no les pareció hermoso? ¿Ya no recuerdan todo eso?” Silvina compartía mi incredulidad.

Sofi y Juli se apartan nuevamente y vuelven a cuchichear. Arriban a una conclusión pero se toman un poco más de tiempo para terminar los choripanes. Luego se acercan y Sofi, en nombre de ambas, expresa lo siguiente:

“Sinceramente no nos acordamos de todo eso que nos dicen. Nos acordamos de lo del castillito”. Después rechazan nuestro ofrecimiento de las papas y batatas asadas y se alejan rumbo a las hamacas.

Silvina es la que se muestra más afligida.

“No te hagas problema” le digo… “una es chiquita y la otra es preadolescente. Además no te olvides que tenemos las fotos y la filmadora. Con las fotos y la filmadora ¡vamos a poder probarles que estuvimos de vacaciones!”

“Con sus altibajos, estas fueron unas lindas vacaciones, ¿no?” digo tratando de conocer el balance de Silvina. Pero ella guarda silencio.

“Al fin y al cabo, ¿cuánto tiempo hacía que queríamos volver a Córdoba?”.

Silvina permanece en silencio. Con sus ojos parece enfocar algo a la altura del horizonte. Luego agrega:

“¿Vos decís que queríamos venir a Córdoba?”

Le respondo con otra pregunta:

“¿Vos me estás jodiendo?”

“¡No, no! Disculpá…” dice sonriéndose. Sabe perfectamente que no me gusta que se sonría en medio de una conversación seria.

“Siempre dijiste de volver a Córdoba por los paisajes y la energía que te transmitía y toda la bola… ¿ya no te acordás?” digo mostrándome indignado.

“Disculpame pero en realidad lo último que habíamos dicho era de conocer Mendoza, ¿te acordás? ¿Te acordás que todavía vos decías de ir a conocer la bodega de ese amigo de tu primo que ofreció la casa para cuando quisiéramos ir?”

“Ah, ahora resulta que el único idiota que entendió de pasar las vacaciones en Córdoba… ¿soy yo?”

“No te pongas así y no levantes la voz que ya sabés que a las nenas no les gusta vernos discutir”.

Juli y Sofi vuelven de las hamacas. Me doy cuenta de que es una inmejorable oportunidad para refrescar la memoria de Silvina. Pero no quiero resultar tan directo así que, como quien no quiere la cosa, primero le pregunto a las nenas qué balance hacen de las vacaciones.

La reacción de mis dos hijas es cautelosa. Como es característico en ellas cuando no quieren arriesgar una respuesta apresurada, primero se apartan un poco y luego se ponen a cuchichear. Cada tanto me dirigen una mirada llena de intención manifestando su molestia por sentirse observadas. Puedo adivinar la respuesta cuando veo, desde lejos, la manito de Juli haciendo el gesto de más o menos. Comienzan a acercarse pero Sofi retiene a Juli y le dice algo, algún último detalle que evidentemente habían omitido en su balance. Juli la escucha con atención. De inmediato cambia la expresión de su rostro y eleva el pulgar hacia arriba. Parece que de veras han arribado a una conclusión porque se acercan a paso decidido.

Toma la palabra Sofi:

“La conclusión que sacamos es que en general fueron unas vacaciones más o menos pero al final el balance se puede decir que es positivo sobretodo cuando encontraste el paquete de Oreo”.

Parados como postes, uno frente al otro, Silvina y yo permanecemos en silencio. Pasan los minutos y nadie cambia de posición ni atina a hablar. Sin duda acabamos de entrar en la depresión del regreso. Sé de la peligrosidad de éstas disfunciones mentales: en cualquier momento las nenas me piden veinte pesos para fotocopias. Entonces pregunto:

“A propósito… ¿a dónde dijimos últimamente de ir a veranear?”

Las nenas se apartan una vez más. Esta vez no tardan en arribar a un acuerdo. Regresan enseguida:

“Ultimamente lo que dijimos fue…de veranear en Aguas Verdes” dice Sofi.

“Ayyy, ¿no podemos el año que viene volver a Aguas Verdes?…porque la montaña es… es un poco aburrida, no Sofi?”

“Sssé… nos resultó bastante aburrida”

“Y además el viaje me parece que es demasiado largo y llegamos muy cansados… ¿no? ¿Qué te pasa pa’?”

La respuesta de las nenas me provoca un súbito cansancio. Me dejo caer de rodillas. El momento es bastante dramático sobre todo porque mi rótula derecha cae sobre ese simpático artefacto en punta y con forma de sombrerito que se desprende de los eucaliptos. No tardo mucho en llorar de dolor y de frustración.

Tanto Silvina como mis hijas se muestran conmovidas y no tardan en rodearme con abrazos y besos. Las nenas en particular me demuestran su afecto subiéndose a mis hombros al grito de “papá corazón”. Eso es muy reconfortante si no fuera porque el peso de ambas hace que mi rodilla se hunda aún más en el sombrerito en punta.

Finalmente reconfortado, me levanto al grito de “¡a recoger las cosas todo el mundo!”.

Cinco minutos después estoy solo sacando las estacas mientras Silvina y las nenas andan por los alrededores seleccionando diferentes variedades de piedritas, flores y plantas para llevar a casa.

Aunque no ha quedado en claro de quién fue la idea de veranear en Córdoba, tengo que decir que necesitábamos muchísimo unas vacaciones. Nos hacía falta dejar a un lado los problemas para dedicarnos solamente a estar juntos y vivir el presente.

“Papi, ¿a dónde vamos a ir a veranear el año que viene?”, pregunta Juli demostrando una vez más ser la integrante de la familia con mayor capacidad para no vivir el momento. En sus manitas trae un ramillete de flores silvestres que, imagino, querrá llevar a casa. Si no me equivoco son las mismas que crecen a lo largo de todo el trayecto de la ruta nueve. Son las encantadoras “pis de sapo”.

Silvina se acomoda en la butaca del auto luego de preparar el mate. Está muy atractiva con la piel tostadita de sus hombros descubiertos. Y encima se ha puesto otra vez la blusa anaranjada de lycra que le aviva más el bronceado. Tenemos por delante un año muy duro. Entre otras cosas, Sofi tendrá su viaje de egresada, Juli volverá a asediarnos con la idea de comprar la cámara digital, mi suegra vivirá con nosotros durante alrededor de un mes si es que el arquitecto ha calculado bien el tiempo que llevará la remodelación de su casa…

Pero, bueno, como siempre comentamos con mi esposa, eso es lo que tiene Córdoba: uno vuelve con las pilas recargadas. Uno es otra persona cuando regresa.

En pleno viaje, me quedo observando a Silvina mientras me ceba un mate. Se la ve tostada, juvenil, radiante. La tomo de la mano y le pregunto cómo se siente, cómo le han sentado estas vacaciones, con cuántas ganas retorna a casa.

“¿La verdad?... este año vuelvo muerta…”, contesta.

FIN

Vacaciones en Nairobi- Capítulo 43

PERO EL AMOR ES MAS FUERTE

“¿A dónde fueron las nenas?”

“Fueron a dar una vuelta… yo les di permiso”.

“¿Una vuelta a dónde?”

“Una vuelta en el jet sky”.

“¿Cómo una vuelta en jet sky? ¿No les dijiste que te parecía un robo?”

“Sí, es verdad, me sigue pareciendo un robo…”

“Además si yo no recuerdo mal no les alcanzaba la plata.”

“Yo les di la plata que les faltaba”.

“¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Vos estás bien?”

“Sí, estoy bien, me va bien…”

“Ya lo creo que te va bien. Si te fuera mal no vendrías con la cabeza llena de lápiz labial…”

“…”

“Claro, lo más fácil es quedarse callado y dejarme hablando sola como una idiota”.

“…”

“¿Ves? Es lo que yo digo. Me dejas hablando sola como una idiota. Realmente te desconozco, vos sos un tipo de ir siempre de frente y de decir las cosas. ¿A vos no te da vergüenza decir lo que estás diciendo? ¿A vos no te da vergüenza aparecer con la cabeza llena de lapiz labial delante de mí y de tus hijas?”

“Yo te voy a explicar todo lo que sea necesario porque no tengo nada que esconder, pero primero vos me vas a explicar quién es Cholo”.

“¿Quién es quién? ¿Qué dijiste? ¿Podrías levantar un poco el tono de voz?”

“Te pregunté quién es Cholo”.

“¿Cholo? Yo que sé quien es Cholo…”

“Vos lo conocés…sino no lo hubieras nombrado”.

“Yo nunca hablé de Cholo”.

“Vos nombraste a Cholo”.

“A ver… ¿cuando nombré a Cholo?”

“Ayer a la tarde, mientras dormíamos la siesta en lo de Mónica y César”.

“Vos me estas jodiendo”.

“No te estoy jodiendo, hablo bien en serio. Lo nombraste dos veces. La primera dijiste “mi cholito” y la segunda “cholo”.

“¿Y cómo sabes que era Cholo con mayúsculas? ¿Cómo sabes que no era un sustantivo?”.

“Si hubiera sido cholo con minúsculas no te estarías poniendo colorada como te acabás de poner. ¡Agradezco a Dios que no estén las nenas delante presenciando esta ignominia!”

“Me pongo colorada no de vergüenza sino de rabia… porque yo no tengo nada que esconder, ¿sabés? No soy como vos que se aparece con la cabeza llena de lápiz labial.”

“Ya te expliqué cómo sucedieron las cosas. Además no hables de la cabeza llena de lápiz labial porque sólo tenía la marca del beso que me dio Mónica al despedirse. ¡Y basta de hablar de mi cabeza. ¡Cualquiera se siente con derecho a hablar de mi cabeza sólo porque soy pelado!”

“¡Te juro que no lo digo por eso!”

“¿Entonces por qué lo decís?”

“…”

¿Se puede saber por qué te reís?”

“Me río porque… no me río por eso disculpame...”

“Sabés que detesto que te pongas a reír cuando estamos discutiendo”.

“...”

“Yo sé por qué te reís Te reís porque soy pelado. Pero por lo menos lo mío queda a la vista de todo el mundo en cambio lo que llevás en tu cuero cabelludo lo sabes vos sola. ¡¡¡Pará de reírte que me ponés loco!!!”

“…”

“Pero yo te voy a hacer borrar la sonrisa porque tengo muy claro que dijiste Cholo con mayúsculas. ¡Y te voy a decir ya mismo quién es Cholo!”

“A ver… ¿quién es Cholo según vos?”

“Te quedó un pedazo de moquito acá en la punta de la nariz de reírte…”

“¿No tenés un pañuelo para prestarme?”

“Sí, tomá…”

“¿Así está bien?”

“No… todavía te quedó un poquito del lado derecho. De ahí no, del derecho…”

“¿Ahora?”

“Ahora sí…”

“No tiene nada que ver pero… ¡qué bien te queda estar así… tostadita!… ¿De qué hablábamos?”

“Me ibas a decir quién era Cholo con mayúsculas”.

“Por supuesto. Cholo con mayúsculas es Pascual Cholo Mamone, el dueño de la Farmacia Social Villa Crespo”.

“¿Hablás en serio?”

“¡Por supuesto que hablo en serio, sabes muy bien que hablo en serio! El cartel de la farmacia de la esquina de casa dice: FARMACIA SOCIAL VILLA CRESPO y más en chiquito… de Pascual Cholo Mamone…

“Primera noticia que tengo de que ese tipo se llame así”.

“Sin embargo vos siempre decís que es un hombre encantador y estas meta comentar del tiempo que te dedica y lo bien que te atiende y de lo culto que es”.

“Eso es verdad”.

“¡No te rías!”.

“Perdoname. Perdoname en serio. Pero lo que pasa es que me divierte que te pongas celoso”.

“Estaré celoso pero al menos reconocé que más de una vez me hablaste del farmacéutico…”

“Sí claro tonto, pero es un hombre de ochenta y seis años”.

“Pero vos siempre dijiste que lo que más te seduce de un hombre es su inteligencia y su cultura”.

“Sí, bueno, es verdad, pero tampoco la pavada…”

“A mí me dolió cuando lo llamaste …”

“Sos muy tonto, muy tonto, acaso no sabés que yo sólo me fijo en vos. Y dicho sea de paso… ¡A mí también me encanta cuando tenés la piel así rojita del sol, te ponés relindo!”

“A mí me gusta cuando te ponés esta remera de los hombritos descubiertos y… ¿no querés que hagamos una siestita en la carpa?”

“Pero… ¿y las nenas… no volverán enseguida?”

“No, las nenas tienen para más de una hora porque en el jet sky siempre hay una cola larguísima de gente esperando”.

“Ah, bueno, ¡entonces vamos!”

“¡Dale, vamos!”

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 42

CRIA CUERVOS

“Para vos, ¿papá la engañó a mamá con Mónica, sí o no?”

“Ay, Sofi mirá si la va a engañar a mamá…”

“Entonces lo que tenía en la cabeza, ¿qué era?”

“…”

“Contestá nena. Para vos lo que papá tenía en la cabeza eran marcas de besos, ¿sí o no?”

“Basta de sí o no, ¡me tenés harta!”

“Pero no me contestas, eran besos sí o… ¿para vos qué era lo que tenía papá en la pelada?”

“¡Basta!”

“Lo que pasa es que vos siempre lo defendés”.

“No es que siempre lo defiendo”.

“Sí, siempre lo defendés porque él después te da para una golosina”.

“¡Sos remala nena!”

“No soy remala ni soy rebuena. No hay personas buenas y personas malas. Hay personas con actitudes buenas y personas con actitudes malas. ¿No sabías eso? ¿Lo sabías sí o no?”

“¿De dónde sacaste eso?”

“Mamá siempre lo dice. A su vez a ella se lo dijo la abuela”.

“Además a vos también te dan plata para la golosina, nunca me dan a mí sola”.

“Pero no me contestás…”

“Sí, para mí eran marcas de besos.”

“¿Entonces vos decís que la engaña?”

“Yo no digo que la engaña digo que son marcas de besos”.

“¡Ah, claro! Porque los besos le cayeron de arriba…”

“No le cayeron de arriba nena. Papá dijo que al despedirse de Mónica él hizo un mal movimiento y entonces ella terminó dándole un beso en la cabeza, ¿por qué no me dejas tranquila?”

“¿Y vos le creés a papá?”

“Yo te digo lo que dijo él”

“Raro que lo que él cuenta nadie lo vio. ¿Vos lo viste? ¿Vos me podrías jurar por lo que más querés que…”

“¡Basta! ¡No te soporto más!”

“Está bien, pero si antes me mostrás una cosa”.

“¿Qué te tengo que mostrar?, me tenés harta…”

“Mostrame tus bolsillos”

“¿Qué pasa con mis bolsillos?”

“Dejame revisarte los bolsillos del pantalón”.

“¿Estás loca o qué te pasa? ¡Sacáme la mano de encima!”

“Bueno… está bien… hacélo vos misma”.

“¿Qué es lo que tengo que hacer yo misma?”

“Sacarte para afuera el forro de los bolsillos… así como hago yo, ¿ves?”

“Vos estás loca”.

“No estoy loca nena. Además, ¿porqué te preocupa mostrarme?”

“No estoy preocupada porque no tengo nada”.

“Entonces dale… sacate el forro de los bolsillos así… como hice yo”.

“Basta nena, parecés de la policía”.

“Dale o te reviso yo”.

“¡Basta! ¡Sacá la mano de ahí! ¡Le voy a contar a pap… basta!”

“¡Qué te dije!”

“¡Sos una tarada!”

“¡Qué te dije! ¿Quién te dio estos cinco pesos?”

“¡Son míos, me los gané!”

“Te los ganaste cómo… si vos no trabajas”.

“Me los dio una persona”.

“Yo se quién es esa persona”.

“Me los dio papá…”

“Ya sabía… ¿Y cuando te los dio?”

“Me los dio cuando bajamos del auto y volvimos acá al camping”.

“¿Y cómo fue que te los dio?”

“Ya te dije… cuando bajamos del auto”.

“Eso ya lo sé… quiero decir… por qué motivo te los dio…

“Porque me los gané”.

“¿Así te dijo?”

“Dijo que me los gané por guardar silencio en todo el viaje de vuelta”.

“Estás mintiendo…”

“Te digo que dijo así. ¡Devolveme la plata querida! ¡Me la devolvés ya!”

“Pensá qué palabras dijo él exactamente. Decime las palabras exactas y te la devuelvo”.

“Dijo así: te lo ganaste por cerrar el pico”.

“Estas mintiendo. ¡No ves más los cinco pesos!”

“Me devolvés la… ¡te voy a matar Sofi!”

“Te doy otra oportunidad. Pensá bien qué fue lo que dijo exactamente papá”.

“Está bien…”

“Está bien… ¿qué cosa?”

“Está bien… dijo que era… para nosotras dos”.

“¡Yo sabía!”

“Pero en lo otro no mentí. Era para nosotras dos por haber cerrado el pico en el momento en que mamá le hizo la escena de celos por la marca de lápiz labial en la cabeza.

“¿Te das cuenta de una cosa Juli?”

“No… ¿de qué cosa?”

“Pensá…”

“¡Basta nena, siempre te hacés la enigmática! ¿Qué querés que piense?”

“Pensá en lo que estabamos hablando que queríamos hacer…”

“¡Qué se yo! Dijimos que queríamos hacer un montón de cosas.”

“Pero pensá en una cosa que dijimos de hacer cuando estábamos saliendo de Buenos Aires. Una cosa para la que nos habían dado plata los abuelos pero que igual no nos alcanzaba porque aumentó. Nos faltaban justamente cinco pesos”.

“…”

“Pensá…”

“¡El jet sky!”

“¡¡¡Sí!!!”

“¡Ahora nos alcanza para dar una vuelta en jet-sky!”

“¡Claro! ¡Si lo compartimos podemos ir las dos porque en el jet sky pueden ir hasta dos personas!”.

“¡Genial Sofi!”

“¿Viste?… Menos mal que insistí en revisarte los bolsillos…”

“¿Te parece que les avisemos que vamos a dar la vuelta en yet sky?”

“No… dejá… mejor vamos y después les contamos. Me parece que mamá y papá querían estar solos un rato”.

“¿Cómo sabes?”

“Porque papá me dijo: borratina lavandina”.

“¿Así dijo?”

“Sí, dijo exactamente así: ¿por qué no se van a dar una vuelta con Juli y hacen borratina lavandina?”

“¡Ah, bueno, entonces vamos!”

“¡Dale, vamos!”

domingo, 25 de octubre de 2009

Vacaciones en Nairobi - Capítulo 41

“N.N. y Y.A.: HAMANTES POR TODA LA ETERNIDA”

Las nenas se muestran conmovidas.

“Esto tendría que verlo mamá que siempre nos anda corrigiendo la ortografía”, dice Juli.

“Yaro que no me preguntaron por qué me pusieron Terencio…”

Las nenas se miran y deliberan un instante en voz baja. Luego toma la palabra Sofi:

“Es que por un lado se nos está haciendo un poco tarde y por el otro… no tenemos más plata…”

Terencio se enternece frente a las palabras de estas criaturas. Entonces introduce su mano en el bolsillo y verifica la suma recaudada hasta ese momento: tres pesos.

“Está bien… no tienen que darme más nada pue’… Me llamo Terencio porque cuando nací mi madre decía que era negro como soretito e’ chiva. Entonces fue al yegistro y me quiso anotar como Tereso. Le dijeron que Tereso no estaba acetado pero que podía ponerme Terencio, que era como una especie de gerundio de Tereso. Al principio mamá estuvo medio en la duda: ahora estaba entre Terencio y Gerundio. Pero el tata se puso firme. Sacó la taba y dijo: arriba es Terencio y abajo es Gerundio… Yevolió la taba… ¡y fue cara nomá!”

LUZ… CAMARA… ¡ACCION!

Mónica y César siguen durmiendo. Silvina recién se despierta cuando entro al living. Le doy un beso y la invito a salir al parque de la casa donde comienza a atardecer.

A lo lejos vemos venir caminando a las nenas por entre las hileras de naranjos. Ya puede escucharse la voz de Juli:

“Es un impostor. Ese Terencio es un impostor”.

“Y aparte como actor es malísimo” remata Sofi.

“¿De qué hablan? ¿Quién es Terencio?” dice Silvina desperezándose.

“Es un tipo que se hizo el gaucho para sacarnos tres pesos”. Juli está indignada.

“Aparte es mentira que se llama Terencio. Cómo se va a llamar Terencio. Para vos se llama Terencio, ¿sí o no?” me pregunta Sofi.

Puede parecer una tontería pero le tengo dicho a Sofi que me saca de quicio cuando sus preguntas son por sí o por no. Vuelvo a advertírselo. Desgraciadamente lo hago con estas palabras:

“Te dije ochenta millones de veces que no me preguntes por sí o por no. Te lo tengo dicho ¿sí o no?”

Las nenas hacen como que no escucharon y nos invitan a sentarnos sobre el pasto. De pronto se quedan observándonos en silencio. Miran como si les costara reconocernos. Temo cuando hacen eso. Sofi toma la palabra:

“Estabamos hablando con Juli de que ustedes…en realidad…no existen…”

Silvina y yo quedamos petrificados. Lo que acabamos de escuchar es tan fuerte que no atinamos a decir nada, lo cual es muy grave porque confirmaría que no existimos. Rompo el silencio con estas palabras:

“¡Viva la confederación, carajo!”

Palabras inentendibles pero que causan un gran impacto en las nenas: ahora son ellas las que no pueden reaccionar.

“¿Qué quieren decir con eso de que ni papá ni yo existimos?” Silvina usa toda su psicología. Tiene una enorme paciencia.

Sofi se quita un solo auricular. Trata de escoger las palabras adecuadas:

“Lo que pasa es que no nos entendieron…”

“… claro… no es que no los querramos o que ustedes no sean importantes… lo que quisimos decir es que…

“Espera Juli, dejá que les explico yo. Lo que pasa es que nosotras veníamos hablando de cómo es la gente de la televisión. La gente de la televisión siempre dice: si no estás en la tele no existís…”

“Claro… entonces como justo ustedes aparecieron en ese momento les dijimos eso de que no existen…”

“Pero no se sientan aludidos porque ustedes no son gente de la televisión así que…no hay problema de que no existan” concluye Sofi.

Formulada por nuestras hijas la aclaración, Silvina se levanta y me pide las llaves del auto. Se las doy de inmediato sin adivinar sus intenciones. Al rato aparece de vuelta con nuestra filmadora en la mano.

“¡Vamos a hacer un videoclip!” dice de lo más decidida. “Quiero filmarte cantando un tema con piano”. Transmite una seguridad tan grande que casi me parece una nimiedad aclararle que no se tocar ese instrumento.

“No tenemos piano”, digo.

“Acá tiene que haber un piano sí o sí. Vení…” Me toma de la mano y nos introducimos de vuelta en la casa de nuestros anfitriones que siguen durmiento como koalas.

Nos perdemos por un pasillo interminable hacia el que confluyen muchas puertas. Guiada por un instinto inexplicable mi esposa abre una de ellas: parece una sala de ensayos. Es un ambiente enorme y luminoso. Tiene dos ventanales enormes que dan al parque. Arrimado a uno de ellos hay un piano blanco de media cola.

Silvina va descorriendo unas pesadas cortinas blancas. “Cantá Imagine” dice mientras hace foco en mi cara.

Comienzo a cantar. Silvina hace una toma cortita. Luego baja la filmadora y me da otra indicación:

“¿No podes tocar algo en el piano? ¿Aunque sea una melodía sencilla?”

“Hace mucho tiempo aprendí Estamos invitados a tomar el té.”

“¿Podes tocarla directamente o…”

“No, necesitaría ensayarla un poquito”. Digo con seriedad de profesional. Luego de unos quince minutos ya me siento seguro para ejecutar el tema.

Cuando estoy cantando la parte que dice “parece que el azúcar siempre negra fue” Silvina me pide que mire fijo al objetivo de la cámara. Lo hago, pero con una expresión que no la convence demasiado. Dice que me muestro poco agresivo.

“… y de un susto se puso blanca… ¡¡¡uuááá!!!” pego un alarido y doy un manotazo en dirección a la cámara. La verdad es que me siento más actor que cantante.

Al llegar a la parte del “plato timorato” ya estoy desplegando todo mi histrionismo: inflo los cachetes, me pongo bizco, muevo las aletas de la nariz y las orejas. Calculo que un público medio se matará de risa.

“¿No podés hacer otra cosa?” pregunta Silvina. Es evidente que no pertenece al público medio.

Ahora estoy dispuesto a agotar todo mi repertorio: hago el pez boqueando tras el vidrio de la pecera, la tortuga saliendo del caparazón, saco la lengua y la hago cucurucho, hablo como un cocinero italiano y como un chef francés. Está claro que al manejar otros idiomas estoy apuntando a un espectador de otro target.

Entre paréntesis, por un momento me tienta decir “escuúcha bubu”. Nada más sencillo para tener garantizado el éxito del videoclip. Pero, por si todavía no me conocen, vayan sabiendo que detesto el éxito fácil: soy un artista y, como tal, tengo ese lado indomable que me hace querer experimentar siempre con cosas nuevas. Si tuviera que referirme a mi persona, lo haría de la siguiente manera: un hombre al que le encanta el riesgo. Un ser que accede a subirse al trapecio sólo cuando por debajo no está tendida la red.

Mirando a la cámara imito la voz de Simba, hago el correcaminos, Larguirucho, el profesor Neurus. Es una catarata de personajes donde pongo a prueba mi versatilidad. Siempre sin red por supuesto.

De todos modos Silvina no está satisfecha con el impacto del videoclip.

“Por las dudas hacemos un par de tomas con el escuúcha Bubu. ¡Dale! Hacé el escuúcha Bubu…”

Hago lo que mi esposa me pide.

Nos quedamos en silencio. Silvina permanece con la vista fija en la ventana, el labio de abajo apretado entre sus paletas, actitud típica en ella cada vez que trata de elaborar una idea.

“No hay videoclips de payadas”, dice.

“Pero hacen falta dos para una payada. Vos no sabes cantar”, replico.

Se queda mirando una máscara africana que adorna la pared. La descuelga y me la prueba. Me queda perfecta, debe ser un talle medium. Su plan es hacer una serie de tomas de corta duración. En algunas de ellas apareceré con la máscara puesta y en otras no.

“¡Dale, empezá!”.

Le digo que espere un momento: con el mismo profesionalismo que pongo en cada acto, trato de arpegiar en el piano un cierto ritmo con aire de milonga.

Mi esposa apoya la cámara sobre la tapa del piano enfocándome el rostro. Luego, con un elegante movimiento de los brazos, se dedica a plegar las cortinas tal como lo hacía Yoko Ono en el video de la película Imagine. Comienzo.

“Me pregunta compañero

Me pregunta compañero por Denevi por Onetti

Le respondo desde el piano

De la casa de Mascetti.”

Arpegio solo con la mano derecha. Con la izquierda me pongo la máscara africana. Sin red.

“Mi pregunta no es aviesa

Mi pregunta no es aviesa su respuesta es un badajo

No me equivoco si digo

Que usted no ha léidoun carajo.”

La voz se apelotona significativamente detrás de la careta. Vuelvo a quitármela:

“Con prepotencia, estimado

Con prepotencia, estimado, esto se lo digo en serio

Más que volver pa’ su casa

Va a rumbear p’al cementerio”

Desde el continente africano la respuesta no se hace esperar.

“No me amedrenta su facha

No me gusta la amenaza, la achicoria ni la rumba

Como que siga jodiendo

Va a conocer a Lumumba”.

Me quito la careta. Es civilización o barbarie.

“Lumumba es nombre fulero

Lumumba es nombre fulero permítame que le insista

Por el aliento que tiene

Usted viene del dentista.”

Estos versos desatan la furia tribal.

“Empezaré por los ojos

Empezaré por los ojos seguiré con los bracitos

Te voy a morfar entero

No va a quedar ni un huesito”

Me saco la careta. La luz de la razón trata de aplacar a la fuerza bruta.

“No se enceguezca Lumumba

No se enceguezca Lumumba y utilice el intelecto

Sus modos son lamentables

Y morfarme no es correcto”

Me pongo la careta. Por un momento parece que la fuerza bruta le torcerá el brazo a la razón. Efectivamente, es así.

“Qué intelecto ni intelecto

Qué intelecto ni intelecto de esas cosas no dispongo

Más vale que te disculpes

O aquí mismo armo quilombo”

Pero la razón, como de ordinario sucede, no en la realidad pero sí en las películas americanas, siempre triunfa. Me quito la máscara:

“Sofrénese compañero

Sofrénese compañero y venga este fuerte abrazo

Somos dos simples mortales

Tan sólo estamos de paso”

“Perfecto. Perfecto…” dice Silvina cortando la toma. Nos queda por resolver el tema del abrazo de los protagonistas de la payada, pero podemos dejarlo para más adelante.

“Muero por mostrárselo a las nenas” dice Silvina.