AUTORRETRATO AL OLEO
“Baia baia baia baia…” es un latiguillo que en boca de Homero Simpson resulta de lo más gracioso. Pero Silvina sabe que cuando en la sobremesa digo “baia baia baia baia”, significa que volví a mancharme la camisa o el pantalón… o ambas cosas a la vez.
“Baia baia baia baia” vuelvo a repetir.
Silvina me mira fijo. Pronuncia mi nombre completo, cosa que sólo hace en circunstancias de gran desesperación. Esta vez es una mancha en la manga de la camisa recién estrenada. Todas las manchas que han afectado mi vida y por ende mi ropa, tienen un denominador comun: su origen misterioso.
Mientras Silvina sostiene su mirada, enfurecida primero y resignada después, mis hijas me piden que repita una vez más el “baia baia baia”. Francamente me sale muy bien.
Otra cosa que me sale muy bien es decir “escuúcha Bubu”. Eran las palabras que decía el oso de una vieja serie de dibujos animados. Mis hijas me piden que lo diga cada vez que nos sentamos a la mesa. Nunca falla. Desayuno, almuerzo o cena. “Papi, nos haces...” y sin dejarlas terminar ya estoy diciendo “escuúcha Bubu”. Puedo repetir esa frase las veces que me lo pidan y siempre con la misma gracia. Yo diría que es una imitación casi perfecta.
“Y ya que vas a cambiarte la ropa, de paso afeitate”, dice Silvina.
Así que aquí estamos otra vez frente al espejo. Llama la atención la ausencia casi absoluta de cejas en mi rostro cuarentaypicoñero. Tampoco tengo cabello, pero el cabello no es un recurso expresivo. Las cejas sí. Y eso me molesta, me ha creado problemas y me incomoda, me resta energías.
Soy un tipo que no puede enarcar las cejas denotando sorpresa. No. Tengo que apoyarme siempre en el bastón de la palabra. Tengo que decir: “con esto me sorprendés”. No puedo juntar las cejas denotando preocupación. Tengo que decir: “estoy preocupado”. Soy un enigma para la gente y para mí mismo. En este instante por ejemplo, con el rostro cubierto por la crema de afeitar no me queda otro remedio que escuchar mi voz diciendo “odio tener que afeitarme” para saber que efectivamente estoy enojado.
Mientras comienzo a pasarme la afeitadora con tres hojitas, pronuncio el siguiente monólogo articulando con cuidado cada palabra para, de esa manera, poder captar mi estado de ánimo. Porque no se olviden que carezco de cejas:
“Odio afeitarme, odio madrugar, odio tomar decisiones y mancharme la ropa. Quisiera vivir en una isla y que nadie me moleste. Comer frutos de los árboles. Tener una mascota. Esa sería mi felicidad mayor” digo enfatizando “mi felicidad mayor”, y por más que lo enfatizo la expresión de mi rostro no es lo feliz que sería si pudiera remarcar mi felicidad mediante el uso de las cejas como recurso expresivo. Sigo:
“Lo que yo quiero es estar solo, tranqui, sin compromisos. Porque si yo estuviera solo en este mismo instante, ¿qué cambiaría? Mucho cambiaría. ¡Mucho cambiaría! Porque si quiero agarro y me acuesto y chau, qué hay, qué te pasa…” digo desafiándome sin medir los riesgos.
“Si quiero agarro y me acuesto. O no. Me voy solo a una excursión al Uritorco y me cago en el día de sol que hay que aprovechar y en la pileta que hay que aprovechar y en el desayuno que hay que aprovechar y resulta que me tengo que levantar a las siete y media de la mañana y todavía tengo las pestañas pegadas cuando ya tengo atravesada una medialuna que entre sueños hago bajar con el café con leche que hay que aprovechar, para después salir cagando a la excursión que hay que aprovechar. Pero yo me pregunto, ¿qué mierrrda hay que aprovechar? ”, digo, esta vez remarcando la erre.
Frente al espejo vuelvo a comprobar que sin cejas la furia no es furia. Así no asusto a nadie. Agarro el delineador de Silvina y me dibujo dos cejas. Continúo:
“Si yo estaría solo” digo para enseguida agregar “estuviera” y no dejarme pasar el error, “si yo estuviera solo ¡minga de vacaciones en Córdoba porque las nenas lo necesitan! Vacaciones para qué cornos, vacaciones para quién, para mí seguro que no porque me la pasé manejando veinte horas y después hay que llegar y armar la carpa y dormir en la carpa enroscado como un gusano, almorzando sanguchitos y cenando con puré chef. Total después VAMOS AL HOTEL”, enfatizo estas últimas palabras imaginándolas como impresas en mayúsculas, agrego: ¡Hotel de mierrrda, vacaciones de mierrrda y vida de mierrrda!”.
Pero es inútil. Las cejas delineadas no son como las naturales. No llegan a reforzar el carácter, la fuerza de mis palabras. Termino de afeitarme. Crema de ordeñe para suavizar la piel. Se me ocurre una idea. Voy hasta la habitación de las nenas y agarro el marcador negro de trazo grueso. Delineo sobre mis ojos dos cejas desmesuradas. Luego digo:
“Aprovechar, aprovechar las pelotas aprovechar. ¡Qué vacaciones ni ocho cuartos! ¡Solo… tendría que tomarme unos días para estar solo… eso es lo que tendría que hacer!” me escucho decir enfurecido mientras golpeo la rodilla contra el lavatorio en el primer intento de colocarme el short de baño. Sigo adelante, envalentonado:
“¿Sabés por dónde me paso las vacaciones? ¡Por las pelotas me las paso!” contesto de manera descortés y sin darme tiempo a nada.
Ahora sí lo puedo decir: con las cejas gruesas meto miedo. Mierda, ¡qué diferencia! Compruebo que ya no tengo que decir: mierda qué diferencia. Cuento con las cejas como elemento de expresión.
Miro mi rostro en el espejo mientras me pongo el protector solar. Puedo decir que estoy satisfecho. Satisfecho cierro la puerta de la habitación y salgo al largo pasillo que conduce al lobby del hotel, donde me espera Silvina.
Además, cavilo en el trayecto, si yo estuviera solo entre otras cosas pongamos que me vengo a veranear a Córdoba, pongamos inclusive que vengo en auto manejando. Es un suponer. Pongamos que elijo este mismo hotel en Villa Giardino. Pero no perdamos de vista este detalle: estaría solo. ¿Y en qué cambiaría las cosas? Las cambiaría en mucho porque entonces estaría en una habitación para una sola persona, ¿entendés? ¿Cómo que no entendés? Si estuviera solo no estaría durmiendo en la habitación cinco bancándome ese ruido durante todo el día, ¿entendés Silvina?, por eso es que tomé la decisión de separarme de vos. Y no hay tutía. Es una decisión. Punto.
Cuando llego al lobby, Silvina y las nenas me esperan sentadas. Las tres se quedan boquiabiertas fijando sus miradas en un punto situado ligeramente por encima de mis ojos.